Reseña

«De niños soldados a niños genios».

 Sábado 05 de febrero de 2011.

Por Laura Ramos

Libros ciudades para leer en verano: El niño-guerrillero se llama Manuel, tiene cuatro años y una misión militar: vigilar a un general del Ejército que debe ser secuestrado. Manuel: “Era uno de ellos. Tenía un nombre de guerra y una casa operativa”. En el cometido participan también su madre y otros tres integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Durante una semana el grupo se aposta, de manera precautoria, en una “casa operativa” de las FAR en un lugar secreto de la ciudad. La policía les tiende una emboscada hasta que un feroz tiroteo, al que Manuel y su madre logran eludir, aniquila a la célula revolucionaria. (Cristina Feijóo, La casa operativa .) La protagonista de La casa de los conejos es una niña de siete años nada sentimental. Vive con su madre y otros compañeros en una casa elegida por la conducción de Montoneros a causa de su galpón cubierto con chapas de zinc. Allí se instala la rotativa offset de la imprenta clandestina de la organización, pero la actividad oficial, la “fachada”, será la cría doméstica de conejos. Una furgoneta gris se llevará una vez por semana las cajas de conejos, que van a estar llenas de ejemplares deEvita Montonera . Mientras su madre imprime los ejemplares en el galpón, la niña ceba mate a los compañeros que limpian pistolas y fusiles y empaqueta periódicos con papeles de regalo, otro camouflage. Su misión más importante es guardar silencio en el colegio de monjas: “Aunque le retuerzan el brazo no va a decir nada. Ni aunque le claven clavitos en las rodillas”. Otras misiones: esconderse en el fondo del auto y cubrir su cabeza con una frazada para ir a visitar a su padre a la cárcel; ser “campana” durante un operativo rastrillo del Ejército; simular un juego de saltos, en la calle, como pretexto para darse vuelta y controlar si la siguen. Anhelo de la niña: una casa con tejas rojas, jardín, hamaca y perro, padres que preparen torta los domingos. (Laura Alcoba, ficción basada en hechos autobiográficos).

Los topos , de Félix Bruzzone, es una novela cómica, demente y disparatada, una comedia trash que entra en la zona roja (¿cómo hablar artísticamente de padres desaparecidos después de Albertina Carri?; Los Topos es la novela post- Rubios ). Esta es una obra escrita por un hijo de desaparecidos cuyo narrador es un hijo de desaparecidos. Una novela de drag queens, agentes dobles, redes de policías y maleantes, delatores, orgías prostibularias intersexuales, torturadores, torturados, síndrome de Estocolmo, boxeadores golpeadores de travestis, redes de conspiradores.

Los Topos parte de un presupuesto foquista: ser hijo de desaparecidos puede convertirse en un dispositivo literario (y libertario).

La narrativa de esos jóvenes criados entre pistolas, fusiles y canciones de Joan Baez se plantea como una estrategia ficcional. Pero ese mismo relato, en el micromundo de la clandestinidad de los años setenta podría tener un resplandor de verdad autónoma. La descripción de la muerte de Vicky Walsh, en una operación especular, hoy podría parecer una obra literaria ( Desde una azotea Vicky dispara ráfagas de metralleta halcón hacia los soldados que se zambullen sobre los adoquines. Ella ríe. La apuntan 150 soldados custodiados por camiones militares, un tanque y un helicóptero que gira alrededor de la terraza. De pronto, hay un silencio. La muchacha deja la metralleta, se asoma de pie sobre el parapeto y abre los brazos. Los soldados dejan de tirar. Es delgada, tiene el pelo corto y viste un camisón. “Ustedes no nos matan”, les dice. “Nosotros elegimos morir”. Entonces se lleva una pistola a la sien y se mata.

(Carta a mis Amigos, Rodolfo Walsh, 1976).

Albertina Carri utilizó Playmóbiles y el recurso de la animación para narrar lo inenarrable: el secuestro de sus padres ante sus ojos, a los tres años y medio. El relato sobre los revolucionarios del 70 sostuvo, hastaLos Rubios , una dimensión sagrada erigida sobre un imperativo moral. Los sobrevivientes explicaron que ellos aspiraban a cambiar el mundo y que los hijos formaban parte de esa aventura. De alguna manera los hijos entendieron que para sus padres lo personal y lo político era una sola cosa. Javier Urondo, el hijo del poeta y revolucionario desaparecido Paco Urondo, lleva tatuados en su pecho, en cursiva, los caracteres Viejo vivo/niño muerto . “Los hermanos mayores quedaron con las llaves del arcón donde la abuela guardaba los vestidos y deben velar por ellos”, dice Carri. “Mi generación pudo probarse los vestidos de la abuela y bailar con ellos”. Sus padres se disfrazaban de obreros para llevar a cabo sus ideales; ella disfrazó a su equipo de filmación, a ella misma, con pelucas rubias para hacer su película. El zootravestismo, los Playmóbiles, los anhelos de una niña, la comedia negra plantean un dilema moral: ¿Es posible hablar de los años 70 sin soslayar las interdicciones míticas que parecen regir los discursos sobre los desaparecidos? Las producciones artísticas de estos niños genios son la respuesta (sus padres deberían estar orgullosos).