Reseña

«Los dolores que nos quedan».

Jueves 7 de febrero  de 2002.

Por Carlos Gazzera.

Italo Calvino se congratularía de leer esta novela. La razón es muy simple: Cristina Feijóo logra, como pocos, narrar una historia muy sentida y densa del siglo pasado, del milenio pasado, con la levedad del siglo 21. Memorias del río inmóvil nos cuenta de qué modo con el devenir del tiempo aquellos revolucionarios de los ‘70, con sus sueños de un mundo mejor, hoy deben cargar, a modo de una cruz, con sus muertos, con los espectros de los desaparecidos, los años de exilio, los recuerdos de la cárcel. Y, como si todo esto fuera poco, adaptarse –al menos por fuera– a las sórdidas inclemencias de la vida posmoderna, sus nuevas reglas de juego e hipocresías.

La novela comienza con una secuencia en el Puerto de Olivos, donde una pareja de ex militantes revolucionarios intenta conjurar el pasado para olvidarlo. La situación es asombrosamente evocativa de la escena inicial de Zama, aquella gran novela de Antonio Di Benedetto. Claro, aquí no está ese mono muerto que va y viene a la deriva en las aguas del río. Está, sí, el clima, la sofocación de esa “inmovilidad”. Sin duda, ese río evoca lo mismo en el puerto de 1790 para Diego Zama que lo que evoca para esa pareja en los ‘90 del siglo 20.

El epicentro de la trama se ubica alrededor de una “consultora”. Su dueño, el Nene Spielman, la heredó de su familia y la ha convertido en una pantalla. Su conversión se dio entre 1976 y 1983 cuando había que ofrecer “fachadas” a los negocios de los militares. Sus verdaderos ingresos hoy provienen del lavado de dinero. Una de las protagonistas, Rita Rivera (quizá el alter ego de Feijóo), una exiliada y ex militante de izquierda, entra a trabajar allí. Ella conoce al Nene desde la época de la facultad. Una de sus compañeras de trabajo, Julieta, tiene un pasado no muy santo: ha estado involucrada con el Nene Spielman y los milicos en aquellos años de plomo, cuando hicieron negocios con los bienes de los desaparecidos.

A eso se suman un hijo que tiene todos los tics de los adolescentes de los ‘90 y se debate entre ser un niño cool o taxi boy, y que a medida que va conociendo la historia de su madre va interrogándose sobre quién es él, cuál es su verdadero origen, cuál es su verdadero sentimiento por Julieta. Además, están Juan, el marido de Rita que ha sufrido años de cárcel. Y Floyd, un compañero de militancia que se daba por desaparecido pero que en realidad quedó “loquito” cuando lo “chuparon” y le dieron “máquina” en la ESMA.

Memorias del río inmóvil fue escrita en 1999 y resultó la novela ganadora del Premio Clarín de Novela 2001. Su autora, Cristina Feijóo, nació en Buenos Aires en 1944. Por su militancia política revolucionaria en los ‘70 estuvo presa dos veces: entre 1971-1973 y entre 1976-1979. Luego, vivió exiliada en Estocolmo hasta 1983. Su primer libro es de 1992, Celdas diferentes, y fue premiado en Suecia.

Sólo nos resta saber si Cristina Feijóo será capaz de seguir contándonos historias tan duras para nosotros con la levedad necesaria para que nuestra memoria no se esclerose. Esa es, sin duda, una tarea para narradoras de su estirpe. ¿Será Cristina Feijóo nuestra contemporánea Mnemosine?