Reseña

«Reseña en Le Monde Diplomatique».

Enero de 2002.

Marta Vassallo.

El premio concurso de novela Clarín 2001 otorgado a Memorias del río inmóvil podría proyectar masivamente la lectura de una obra que por su planteo se creería a prioriarrojada a los márgenes: la novela impone desde la primera página la intolerable presencia de Floyt, el militante “desaparecido” a quien se daba por muerto desde 1976, pero recorre como un espectro el puerto de Olivos; esa ruina humana que deambula en medio de un “país simulacro” es tan familiar como revulsiva, tan verosímil como aterradora; y se irá rodeando gradualmente, entre otras, de la historia de una antigua compañera de militancia de Floyt y su experiencia de sobrevivir en un mundo opuesto al previsto o soñado, pero donde el placer sigue asociado a lo prohibido; también la historia de un adolescente saboteado en su identidad biológica y sexual.

La elusiva verdad que estos personajes buscan dramáticamente (“la verdad está más cerca de la gracia que del esfuerzo”, había dicho la protagonista), se encarna en una forma narrativa que procede por aproximaciones, ensamblando diferentes puntos de vista que ponen de manifiesto los errores, las proyecciones, los estereotipos que resguardan las ilusiones hasta que las evidencias irrumpen.

Esa búsqueda empecinada, hilo de Ariadna en el laberinto de la infamia social, apuntala el debate interno de la protagonista entre la memoria actualizada por Floyt, la nostalgia de una etapa juvenil en que conoció la felicidad de haberse sabido “inmortal”, la insuficiencia de aquella pasión para comprender el mundo en que subsiste, codeándose con ex enemigos, orillando los manejos del poder.