Reseña

«Reseña de la escritora Nora Strejilevich durante la presentación de Los puntos ciegos de Emilia».

Por Nora Strejilevich.

Los puntos ciegos de Emilia es una novela-desafío, especialmente por la posición del personaje narrador: la novela le otorga a Emilia la voz prácticamente absoluta en la narración.

No sólo es la única narradora, sino que pocas veces, prácticamente ninguna, le da la voz al otro. Todas las voces en la novela están filtradas por la voz y el pensamiento de Emilia. Los diálogos son escasísimos, y cuando aparecen, son breves y nunca están en función de motorizar la trama: son intrascendentes.

La novela entonces le otorga a esa voz, la del sujeto que enuncia, un enorme poder sobre el relato.

Pero esa narradora es, al mismo tiempo, una narradora obnubilada, más aún, es una conciencia que obtura su visión casi ex profeso.

Los puntos ciegos de Emilia crecen y se reproducen a lo largo del relato, hasta ocultar en algunos casos lo evidente.

Entonces, la complejidad de esta escena enunciativa, de este discurrir verbal, está en cómo mostrarle al lector los puntos ciegos, como hacerle ver al lector más que esa misma narradora omnipresente, a través de la propia voz del personaje. Y es un desafío que la novela lleva a cabo con una particular densidad de lenguaje y una artillería muy afinada de estrategias narrativas. Aquí, me parece, reside una de las principales virtudes del texto de Feijóo: la de construir una poderosa narradora contraria a sus propias ideas, e incluso contraria al sentido común, y lograr develarla en su propio campo, en su propia voz.

Por efecto de este movimiento, el lector, a medida que la narración avanza, deberá volverse cada vez más y más activo, generando un movimiento por lo menos doble: tendrá la tarea, por un lado, de “llenar” esos puntos ciegos, zonas no narradas, borradas por la narradora, y, por otra parte, descreer continuamente de esa voz a la que, al llevar la narración adelante, en principio le entregó su, llamémosla así, fe narrativa.

Emilia es una Madame Bovary dada vuelta del revés como un guante, una mujer que, lejos de intentar zafarse de los moldes sociales impuestos, desea explícitamente entrar en ellos: una mujer con una familia, que “se halla” (ahí me hallo, dice) en la sala de su casa, es como un ostinato que recorre la novela.

Justificada en una especie de contrafobia a la vida que le hacía llevar su madre…se compara y se coteja permanentemente con ella. Lo que mayor rechazo le produce es el modelo de vida que su madre, Katia, después Paloma, llevaba, y al que la arrastró durante su infancia: una vida desordenada primero, como consecuencia de la profesión de su madre, una actriz del under porteño, y una vida trashumante, después, con las giras por el interior. Emilia busca el modelo opuesto, ya desde antes de casarse: escapa de su casa, y logra ingresar a un colegio católico y recibirse allí de maestra. Alcanza el sumun de sus expectativas –así lo cree ella- al casarse con Octavio, que para ella más que un matrimonio significa ingresar en una familia como corresponde, es decir, una familia burguesa. Emilia borra, obtura sistemáticamente todos los problemas, muchas veces graves, que se suceden en el interior de esa familia (como la violencia de género). Frente al modelo negativo que su madre representa para ella, la figura de su cuñada, Santina, se muestra como el modelo a seguir, la que “lo tiene todo”. Santina es segura, sabe manejar a los hombres de su familia, y, cuando le habla mal de Octavio, Emilia borra la imagen pura de su marido para adoptar inmediatamente la que le proporciona la otra.

Estos dos modelos de mujer, opuestos en la mente de Emilia, despliegan en la novela una galería de mujeres-modelo con las que ella se coteja: un abanico que va puntuando la novela: Marguita, su compañera de colegio, las diferentes enfermeras, la vendedora de Avon, expulsada de la familia Galli, la médica Julia Ardile, Pía la amante. Ella construye su identidad en los diversos juegos de oposición con estas otras mujeres, y se percibe a sí misma como un modelo (social) más que como un sujeto (individual). Es un modelo conciente, que se busca alcanzar, y que recorta y descarta todo lo que no le corresponda. Es así como esos recortes, los puntos ciegos de Emilia, se transforman en zonas, a veces tan vastas como la infancia completa, que ella repudia.

La novela, por otra parte, plantea su desarrollo como una trama detectivesca, pero la narradora actúa aquí, en correspondencia con lo dicho, como una detective-ciega (voluntariamente ciega), que va borrando estas zonas importantes de información del pasado y del presente, y por lo tanto realiza forzosamente hipótesis fallidas. Y actúa a partir de esas hipótesis, exponiendo su cuerpo allí donde los devaneos mentales no le alcanzan. Emilia tampoco puede jerarquizar los hechos. Dice: “Me dormí con la libreta negra bajo la almohada, otra vez taladrada mi conciencia con la idea de la otra mujer y sin poder centrarme en la enfermedad de Octavio, como si el engaño  y la muerte corrieran paralelos y tuvieran igual peso para mí. No estamos, entonces, frente a cegueras involuntarias, sino que hay una intención de ceguera que guía al personaje. Emilia es conciente de cada opción que realiza por olvidar, o por ordenar sus prioridades.

Se trata aquí entonces de un detective que se ocupa de velar (de ocultarse a si mismo) todo acontecimiento que la investigación devele. Una acción detectivesca invertida.

En esa veladura, finalmente, ingresan zonas o puntos importantes de nuestra historia como argentinos, y de la historia de nuestras violencias:

  • En primer lugar, la historia de los abuelos de Emilia, que es la historia de la inmigración, forzada por la guerra, por un mundo del que hay que huir para reconstruir otra identidad, muchas veces impuesta por las circunstancias.
  • La historia de la dictadura que involucra directamente a Emilia, ya que uno de los develamientos es que su padre, cuya identidad desconocía, es un desaparecido. Y Katia-Paloma, su madre, fue torturada durante la dictadura. Sobre esta violencia (además de las violencias familiares y de género), es sobre la que Emilia ejerce su máxima ceguera: si bien reconoce que su infancia fue partida en dos, y en un momento tuvieron que salir de Buenos Aires, nunca llega a aclararse (para sí misma, como lectores lo adivinamos casi desde el comienzo) aquello que es evidente, y que está ahí: no quiere declararlo, no lo narra, y la narración se tensa desde este lugar.
  • Pero un acontecimiento, la tragedia de Cromañón, no sólo no alcanza a ser velada por Emilia sino que, podríamos decir, le explota en plena cara, en plena letra. A fuerza de ocultar el acontecimiento, este estalla y desencadena la crisis que a lo largo de la novela Emilia no puede resolver.

Equivocación tras equivocación, ceguera tras ceguera, la vida de Emilia se empeña entonces en construir hipótesis permanentemente erradas, que la llevarán a ella misma a erigirse incluso como delincuente.

La escritura de Feijoo ofrece al lector esta historia bajo la forma de una paradoja, de un juego de caja de doble fondo que provoca un efecto de zozobra lectora, y allí reside su mayor desafío, y su mayor atracción.